En este momento que nos ha tocado vivir, muchas de nuestras costumbres y rituales se han visto obligados a cambiar. Nuestra tradicional forma de acompañar a las personas que han fallecido y a sus allegados, se ve completamente trasformado por la situación social de confinamiento a la que estamos sometidos. En este sentido, el duelo con niños en tiempos de COVID-19, también se ha modificado.
“Una nueva visión ante las ceremonias por muertes ocasionadas por COVID-19”
Se nos ha recomendado que los niños y los ancianos eviten convivir, en la medida de lo posible. También la enfermedad parece estarse haciendo más mortal en personas de cierta edad. Esto está provocando que muchos niños pierdan a los abuelos, amén de otras figuras familiares, sin poder despedirse. Dada las actuales circunstancias, será altamente probable que no se pueda realizar una ceremonia de despedida como a las que hemos estado acostumbrados. Estas ceremonias están hechas para realizar una acción de cierre simbólica en nuestra mente y entender que la persona ya no va a estar más. En el caso actual será muy importante crear alguna pequeña ceremonia alegórica con los miembros de la familia que estén en el domicilio e incluso, para sentirse más acompañados, hacer una vídeo-convocatoria a dicha ceremonia a familiares y amigos que consideremos pertinente y posible. El duelo es un proceso en el que tenemos que reacomodar nuestros sentimientos, pensamientos, emociones, reacciones y acciones ante la pérdida de personas cercanas.
Todo ser humano debe pasar por un periodo de adaptación ante la pérdida. En la mayoría de los casos se cursa desde la emoción de la tristeza, que nos ayuda a entrar en nosotros mismos, para hacer esos reajustes que contemplarán los cambios que producirá en nuestro esquema vital y en nuestro universo emocional, la perdida.
Se acompaña con un cierto nivel de ensimismamiento o introspección, una cierta desconexión con el exterior para digerir un esquema de readaptación al mundo, incluyendo esa pérdida. En dicho periodo lo más adecuado desde el exterior, es el acompañamiento, permitiendo que la persona, en este caso el/la niñ@ pueda mostrar sus emociones y sentimientos a fin de que no se bloqueen y puedan llegar a constituir un duelo complicado. Al principio de comunicarles la noticia existe la posibilidad de que el cerebro entre en un estado de bloqueo que conlleve la negación del suceso. Muchas personas se relacionan mejor con el enfado que con la tristeza y puede aparecer, en forma de justificación el culpabilizar a otro o a uno mismo de la pérdida. También puede aparecer la frustración y que el o la niñ@ intenten desviarlo hacia otra personas u objetos. L@s niñ@s generalmente son más lábiles y tienden a distraerse jugando, pero eso no quiere decir que la emoción relacionada con la pérdida no esté presente.
¿Cómo debemos comunicar?
A l@s niñ@s es muy beneficioso no mentirles, pero siempre hay que hacer una narración adaptada a sus capacidades y edad. Son mucho más flexibles de lo que imaginamos, a veces por exceso de protección se trabaja desde fantasías o versiones edulcoradas que concluyen, más tarde, con una desconfianza hacia los adultos de referencia.
“No es conveniente el uso de eufemismos”
Es conveniente no emplear eufemismos que les llevan a confundir realidades como, por ejemplo: “se ha ido” “nos ha dejado”, todas estas acciones son reversibles y es preferible hablar del término: “se ha muerto”; aunque sean muy pequeños y pensemos que no lo van a entender. A base de mantener el término y la vivencia personal de que no regresan irán componiéndolo en su mente. En algunos casos podemos apoyarnos en situaciones que hayan ocurrido con los animales domésticos. Tampoco es necesario una constante referencia al hecho luctuoso ni explicaciones de muchos detalles. Es fundamental brindarle solamente la información que él o ella soliciten y, sobre todo, adaptado al lenguaje propio de su edad. Debemos explicarles que la muerte es un proceso natural que corresponde a la vida. También puede ser útil explicar que si nadie muriera no cabríamos todos en la tierra a la vez, que esto es un trayecto en que vamos tomando relevos, una generación sucede a otra, con la suerte de que a veces podemos convivir hasta cuatro generaciones de una familia al tiempo, para que los mayores puedan trasmitir conocimientos a los pequeños y que cuando estos crezcan lo harán con la siguiente generación.
Suele ser muy útil explicar, desde una visión genética, que las características de las anteriores generaciones están incorporadas en nuestro organismo y que, por ello, nos parecemos a nuestros padres y abuelos en carácter y en físico, que esa famosa frase: “has salido al abuelo Pedro” es una forma de que la vida de las personas se extienda de esta manera de una generación en otra. También resulta recomendable hablar de que en nuestra mente quedan viviendo en nosotros a través de la memoria y que los sueños pueden ser una ventana para volver a verlos o las fotos o los recuerdos. Es importante no hacer desaparecer el nombre ni las narraciones de las personas fallecidas durante las conversaciones familiares. Si los omitiéramos, el niño rápidamente entenderá que los muertos se convierten en innombrables y él se acomodará a ello a través de un proceso de represión que sabemos que es lo contrario a un acompañamiento, es dejar a la persona sola con sus pensamientos y añadiéndoles matices de tabú.
¿Cómo despedirnos?
Dada las actuales circunstancias, será altamente probable que no se pueda realizar una ceremonia de despedida. Estas están hechas para propiciar una acción de cierre simbólica en nuestra mente y entender que la persona ya no va a estar más. Está demostrado que los duelos sin cierre suelen propiciar duelos más complicados. Éste es el caso de los desaparecidos o los marineros que no son recuperados. La mente sigue incrédula a esa desaparición y puede desarrollar fantasías del tipo que han perdido la memoria y no pueden regresar y que en algún momento pueden recuperarla y regresar. Qué podemos hacer como ceremonia:
• Escribir algunas palabras sobre el fallecido/a y leerlas
• Soltar globos si se dispone de ellos
• Encender velas
• Quemar algún escrito después de leerlo, mostrando que las cosas son efímeras o que pasan a otro estado.
• Crear una pequeña caja de recuerdos con fotografías u objetos personales que puedan servir de punto de focalización y que esté presente en sitio visible sobre todo en los primeros días…
Como hemos señalado lo importante es acompañar y legitimar la emoción que sienta el/la niñ@ y ayudarle a contactar con el dolor de su pérdida.
Artículo escrito por Alícia Torres Lirola. (Pedagoga con Posgrado en Neuropsicología del Aprendizaje y las Emociones por la UCM)
Para mí, Covid20 es la abreviatura de vida comunitaria.
Nunca antes una sociedad, prácticamente entera, se ha visto obligada a romper sus costumbres de vida a tal velocidad. Hemos tenido que confinarnos y romper con un ritmo frenético. Nos habíamos acostumbrado a una triste soledad compartida que ha conseguido hacer mella en nuestra salud emocional y mental. No nos permitía estar en silencio con nosotros mismos porque se producía un eco atronador de vacío, ahora no tenemos otro remedio que redefinir nuestro espacio interior.
Habituados a llenar las horas con multitud de actividades y tareas, trasportándonos como “pollos descabezados” de un lugar a otro, nos hemos visto obligados a parar en seco, a estar con nosotros mismos o con los más allegados. No podemos evitarlo, nuestro cerebro comienza a reflexionar sobre múltiples temas.
Venimos de un modelo de vida individualista que no personalista y, de repente, redescubrimos que somos una gran red dependiente los unos de los otros para salir adelante. Estamos teniendo que poner en valor los conceptos de corresponsabilidad y de interdependencia. Volvemos a replantearnos la idea de familia y de convivencia.
Estábamos orgullosos de nuestros hallazgos tecnológicos para la comunicación y la docencia, que no deja de ser un oficio en el que le comunicamos a las nuevas generaciones el conocimiento que nuestra cultura y la de los que nos precedieron hemos ido atesorando para que la siguiente generación pueda subirse en ellos para ir más lejos, más alto y de mejor manera que los anteriores.
Nos hemos visto obligados a redefinir el valor de las redes ya que no estábamos preparados para introducir esas tecnologías en nuestra vida en toda su extensión. Parte de nosotros sí lo estaba, pero para que algo sea eficaz en estas circunstancias debe pertenecer a toda la sociedad. De nada sirve una red de comunicación si muchos miembros de ella están descolgados por motivos económicos o de conocimiento; esta forma de red siempre tendrá agujeros.
Esas tecnologías que habían sido demonizadas en la Escuela y por las que habíamos dejado deambular en soledad a nuestros nativos digitales, bajo simulacro de aceptarlas en forma de TICs (tecnologías de información y comunicación), que en muchos casos se limitaba a una excursión semanal a un aula cerrada con llave que solo se abría para ciertos menesteres, mientras nuestros alumnos se reían apretando su dispositivo personal en el bolsillo que, por supuesto la Escuela, las Autoridades comunitarias o nacionales, prohibían.
De repente la hecatombe, todos a casa y la Escuela tiembla, se contrae, se convulsiona y le cuesta recordar que una escuela no es un edificio sino una COMUNIDAD. Apenas comenzábamos a trabajar en los Institutos y Universidades en un concepto innovador, que no nuevo, APS (aprendizaje y servicio). Poner nuestros conocimientos al servicio de la comunidad y que ésta nos ayude a crecer como personas y como miembros de ella, a aprender y “aprehender” para crecer.
Para generar una enseñanza y una comunicación on-line, hace falta una plataforma potente que pueda alcanzar a todos sin colapsarse. Unos alumnos que posean los dispositivos y los conocimientos necesarios para manejarse, pero también unos docentes preparados para generar contenidos desde estos soportes y sean hábiles en su manejo y capaces de descolgarse de esa plataforma con su propia creatividad, para no paralizarla por exceso de uso.
Todos los días salimos a los balcones, en parte para agradecer a los colectivos que nos estaban cuidando, pero en parte para descubrir que en ellos había otros seres humanos, para reforzar nuestra sensación de formar parte de algo, el aislamiento es contrario a nuestra naturaleza mamífera, hemos sobrevivido históricamente porque hemos colaborado, porque hemos sido capaces de practicar la compasión, el altruismo y la empatía.
Todos los conceptos anteriores hacen referencia, no solo a nuestras facultades racionales y tecnológicas, sino que apuntan a las emocionales, esa es la dimensión menos atendida por la Escuela con mayúscula, en los últimos años. Al igual que nuestro vehículo natural de enseñanza-aprendizaje: “el juego” se deja de practicar demasiado pronto, aún a pesar de que sabemos que es uno de los vehículos más motivadores para aprender.
Socialmente hemos desarrollado una creencia limitante que dice que, al hacernos mayores, hemos de convertirnos en personas serias y dejar de jugar. Allí quedan atrapados multitud de Peter Panes que harían de nuestro mundo una sociedad más creativa y feliz. También quedan atrapadas personas que siguen jugando, eso sí, con culpabilidad a juegos de adultos, los juegos de la vergüenza y la adicción.
Creo que este virus ha venido a darnos un toque de atención para que reparemos en muchas cosas y las reparemos. Nunca olvidaré un letrero pintado en la pared de un politécnico que rezaba así: “aquí es donde venimos a que maten nuestros sueños” ¿Es esto en verdad la Escuela?
-yo me sigo negando ello, no consiguió matar los míos aunque de veras lo intentó y pienso que si no aprovecho todo lo que aprendí que no se debía hacer con un niño para que no vuelva a ocurrir, es que no soy digna de la palabra más hermosa para mí Maestr@.
ALICIA TORRES LIROLA
(Pedagoga con Posgrado en Neuropsicología del Aprendizaje y las Emociones por la UCM)
Algo está ocurriendo en la Educación. En ningún tiempo se ha puesto tanto el foco, no solo por parte de la Comunidad Educativa sino de toda la Sociedad. De ahí que Alicia Torres Lirola vaya a hablar de Educación de Barrio.
Llevamos muchos años, desde que somos un país democrático, estrenando leyes de Educación. Unas se suceden a otras al ritmo que los partidos en el gobierno se alternan. Es un clamor universal que necesitamos un Pacto por la Educación que permita consolidar y estudiar los resultados en varias generaciones, que nos lleve a corregir y mejorar la práctica educativa.
Llevamos muchos años, desde que somos un país democrático, estrenando leyes de Educación. Unas se suceden a otras al ritmo que los partidos en el gobierno se alternan. Es un clamor universal que necesitamos un Pacto por la Educación que permita consolidar y estudiar los resultados en varias generaciones, que nos lleve a corregir y mejorar la práctica educativa.
También hay una necesidad de introducir a los docentes, a través de su propia formación, a modos nuevos. Es fundamental que el docente se eduque o reeduque para educar.
Las empresas cada vez solicitan más personas con “Soft Skills” (habilidades blandas) o en nuestro idioma de la educación, no en el del marketing, hacer una fortaleza de las habilidades emocionales.
Hay una parte de la sociedad que se ha cansado de esperar una legislación que la enmarque y ha empezado a propiciar un cambio de base, usando su libertad de cátedra o su capacidad para implementar nuevos programas y metodologías más activas, con su facultad de coordinación con sus compañeros, con su idea de manejar la pedagogía de un modo que atienda a las necesidades reales del siglo XXI.
No podemos seguir estacionados en una educación prusiana propia del periodo de la industrialización. Cuando vamos ya camino de la cuarta revolución tecnológica, transitamos en la era de la digitalización prohibiendo el pequeño ordenador que es el mal llamado teléfono móvil, el cual es una ventana a todo el conocimiento; haríamos muy bien en ayudar a manejarlo de una manera útil y adecuada a las nuevas generaciones, en lugar de demonizarlo y enviarlo al campo de lo oculto, ya sabemos que no hay algo más incitador para un niño y, sobre todo para un joven, que lo prohibido.
Este momento de nuestra vida empieza a demandar el cambio a una sociedad Slow. Las previsiones de la OMS respecto al índice de enfermedad mental y emocional son aterradoras. En 2020, sabemos que alrededor del 18% de la población sufre está enfermedad. El estrés afecta al 51% de los trabajadores, según un informe de la Agencia Europea para la Seguridad y la Salud en el Trabajo (OSHA) y es la primera causa de bajas laborales.
Tenemos que empezar a apostar por una educación que nos lleve a otros ritmos, que no sea habitada por la ansiedad y la soledad. Otra forma de vida es posible y debemos caminar hacia ella.
La determinación social de no seguir incidiendo en el cambio climático con el consumo de energías no renovables, junto a esa otra determinación sobre buscar la salud a través de ritmos slows (lentos), nos invita hacia lo que podríamos llamar una Educación de Barrio.
Hacemos demasiados desplazamientos y obligamos a que nuestros hijos los hagan; volver a habitar en nuestro referente social comunitario que es el Barrio es un signo de modernidad y de inteligencia.
Cuando éramos niños nuestra “ruta al cole” era con amigos con los cuales nos íbamos encontrando en mayor número según nos acercábamos al colegio. Formábamos una verdadera bandada de pequeños pájaros, caminando hacia el nido. Multitud de ojos nos cuidaban a distancia, nuestros tenderos de proximidad, los vecinos, los barrenderos y los no tan numerosos coches cuidaban de nosotros como decía el código de circulación: “como velaría un padre de familia por sus hijos”.
Esa es la Educación que desde MYU (Míranos y Únete), Asociación por el Cambio Educativo, reclamamos: “UNA EDUCACIÓN DE BARRIO” con mayúsculas en la que quepa:
La tecnología, pero para comunicar, para aprender, para enseñar, para disfrutar, no para censurar ni marginar.
Una educación lenta en la que no obliguemos a ir a los niños por encima de sus posibilidades de maduración y en la que podamos parar a mirar y a mirarnos practicando disciplinas como la meditación para calmar ansiedades y excesos de ritmos, para desarrollar una mirada más compasiva, empática y solidaria sobre nosotros y los demás.
Una educación que respete y enseñe a convivir a través de La Educación Emocional, pero que también nos ayuda a comprendernos a nosotros mismos con nuestros cambios e inconsistencias.
Una educación que nos deje mirar lo cotidiano, lo que nos rodea, con los ojos de la ilusión y la creatividad.
Una escuela que respete el derecho al juego en todas sus edades, tan propio de todos los mamíferos como manera de aprender las destrezas de adulto y recogida en la Carta de los Derechos del niño.
Una educación que fomente la autonomía, la capacidad de decidir y no nos haga siempre estar temerosos con la equivocación; la pedagogía del error es la pedagogía de la tolerancia, es la pedagogía del crecimiento, es la pedagogía del esfuerzo, es la pedagogía de la investigación, es la pedagogía, sobre todo, de la Resiliencia.
Una escuela que nos permita disfrutar de nuestros amigos y vecinos y una de palabra alemana que me encanta “conmilitón” compañero de promoción, la pandilla del barrio que resultan ser compañeros de estudios, compañeros de juego y, desde luego, una gran ayuda a la socialización sin tener encima constantemente un adulto reglando los juegos.
Una escuela Científica que incluya todo lo que las neurociencias nos han mostrado sobre la manera de aprender que tiene el cerebro y que incluye las 3 dimensiones: cognitiva, emocional y física, lo que siempre se ha nombrado como una Educación Integral.
Desde esta solicitud de hacer una Educación de Barrio, hemos colaborado con el Congreso RED, dentro de IFEMA, siendo la dirección técnica de cerca de 120 ponentes durante los días 5, 6 y 7 de marzo. Para mí es un orgullo estar involucrada en el cambio educativo con este precioso colectivo que es MYU.
Alicia Torres Lirola Pedagoga por la UCM, con Posgrado en Neuropsicología del Aprendizaje y las Emociones. Codirectora de Esencial Escuela de Educación Emocional Creadora de Caballos que Educan.
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