Igualitos a nadie. ¿Y tú? ¿Eres o no eres igualito a nadie?
Desde pequeños nos inculcan una y otra vez el destacar lo menos posible, llamar la atención lo justo, pasar desapercibidos cada vez que pudiéramos. Yo me pregunto una y otra vez: ¿para qué? Pues la verdad que le he dado muchas vueltas y pienso que nos tendríamos que revelar a esa homogeneización impuesta.
Tanto a mis alumnos como a mis hijas, les digo una y otra vez que tenemos que luchar para ser “igualitos a NADIE”, ser la “oveja negra” que nos distingue de los demás, porque de este modo podremos descubrir nuestra propia identidad y no aquella que muchas veces nos quieren imponer.
Si trabajamos para ser diferentes, se nos verá diferentes, no seremos invisibles al mundo y se nos escuchará. Siempre con educación, pensando antes de hablar y, ante todo, respetando nuestras ideas, nuestros valores y por supuesto al otro.
Para ello tendríamos que empezar desde casa, cuando les pedimos a nuestros hijos que elijan entre ponerse el pantalón azul o el verde, ducharse antes de cenar o después de la cena, etc. Romperán nuestras rutinas y normas, aunque a la vez les estamos enseñando algo más importante y es que no tengan miedo a decidir. Como padres queremos que todos en casa sigan unas mismas normas, pero hay que pensar que no somos iguales y por eso no tendríamos que tratarnos de la misma manera, porque cada uno tiene sus proyecciones, sus caprichos y sus necesidades; y esas pequeñas decisiones serán las que les formen como personas críticas e independientes e “igualitos a nadie”.
Después sería necesario que continuáramos en la escuela, en el colegio y en la universidad, haciéndoles pensar a nuestros alumnos, induciéndoles a ser críticos, dejándoles que opinen libremente; y que, si saben hacer las cosas de otro modo, lo hagan sin pedir permiso y por supuesto hay que escucharles. Sin embargo (y muchas veces se hace desde el desconocimiento) nos empeñamos en que metan una palabra determinada en un hueco determinado o que pongan de memoria lo que han estudiado sin entender.
De nuevo en mi cabeza vuelve a aparecer la misma pregunta: ¿para qué?, ¿para qué dentro de pocos años sean personas fáciles de manejar, que hagan lo que los demás hacen y sigan al rebaño sin protestar? ¿para qué no tengan criterio y no puedan decidir por sí mismos y así ser “manipulados” fácilmente? Esto no interesa mucho en una sociedad en la que los políticos, las comunidades de vecinos, los jefes… lo que quieren son personas que les sigan sin más, sin oponerse a ellos, sin criticarles constructivamente. Eso siempre es más fácil, aunque mucho menos productivo, y enriquecedor ¿no crees?
Es triste, o al menos a mi me lo parece, porque si todos nosotros entendiéramos que ser igualitos a nadie, nos enriquece, nos hace crecer, aporta y suma, lucharíamos por alcanzarlo, sin necesidad de sentirse culpable, sino orgulloso de ser la “nota discordante”, llevar uno peinado diferente a los compañeros del instituto o incluso llegar a decir lo que piensas sin tener miedo a ser juzgado (y si lo eres, solo seguirá siendo una opinión sin más).
Es interesante ser ese “Wally” que buscamos en los libros, porque de este modo llamaremos la atención, nos escucharan, quizá hagamos remover conciencias porque pensamos en alternativas, daremos voz a quien aún no ha encontrado su momento para hacerse visible y sobre todo nos distinguiremos del resto.
Soy consciente que cuesta salir de nuestra zona de confort, pero aún así creo que las ventajas son mucho mayores que los inconvenientes que podemos encontrar. Así que ahora solo toca buscar el momento. Pero… ¿y qué pasa con esas personas luchadoras que tienen una discapacidad o una minusvalía?
Quizá sean las únicas del planeta que se sientan especiales y diferentes (porque lo son) y aunque algunas veces se hayan planteado ser iguales a la masa, seguro que cuando se aceptan, se quieren, se comprenden y sobre todo aprenden a vivir con su discapacidad dando lo mejor de sí mismos, se sienten los más poderosos del universo. Son grandes ejemplos a seguir y aunque en algunos momentos hayan pensado en tirar la toalla, algo hay en su interior que les ayuda a seguir adelante.
Pensemos en los invidentes que cada día se superan a si mismos para hacer la comida, la cama, cuidar a su bebé. O en aquellas personas que están en una silla de ruedas y tan solo el salir a la calle, les supone encontrarse con muchísimos obstáculos que poco a poco van venciendo. No nos comportemos de manera egoísta y aprendamos a disfrutar de lo que tenemos, de lo que somos, de lo que sentimos.
Desde aquí doy las gracias a todos “esos” que son igualitos a nadie y nos enseñan cada día que la diversificación nos une, nos aporta y nos enseña valores tan importantes como la empatía, tolerancia, cooperación, asertividad…
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