¿CÓMO PODEMOS HACER PARA TENER GANAS DE IR A LA ESCUELA?

Colaboración de Mercedes Vergara

Escrito por MYU

09/06/2021

Una alumna (ya en cuarentena, desde un zoom) me preguntó: “¿Cómo podemos hacer para tener ganas de ir a la escuela?”, refiriéndose a la escuela presencial, pero entiendo que también a la virtual. La conversación ocurría en el marco de un proyecto que se llama: “Diseño mi escuela”. Su pregunta disparó la aparición de un concepto clave hoy: “la motivación”. “¡Ésa es la palabra que no me salía!”, me contestó otro alumno de la clase. Difícil en este contexto del segundo año de pandemia…

La Real Academia Española define la palabra “motivación” como: “acción y efecto de motivar”, “conjunto de factores internos y externos que determinan en parte las acciones de una persona”. El problema se plantea porque se nota cada vez más la fatiga de los alumnos frente a demasiadas clases expositivas de algunos profesores, las entregas de trabajos tardías o la falta de entregas, las distracciones fáciles, y, con la virtualidad, la famosa “zoomfobia”: las cámaras apagadas o la ausencia definitiva del alumno en el curso. La tensión se produce cuando el profesor tiene como objetivo la participación activa y el cumplimiento de todas las tareas, por supuesto. Dicho de otro modo, esa controversia entre el “curriculum oficial o planificado y el curriculum recibido, que es la experiencia real de los estudiantes” (Kelly, 2009). Esta situación nos hace pensar en cómo aproximarnos a lograr un aprendizaje valioso en nuestros estudiantes.

Me gustaría abordar el problema desde la perspectiva del profesor, ya que, pienso que es desde este rol central de profesionales de la educación, de donde podemos encarar acciones que pueden cambiar la vida diaria tanto del docente como del alumno. Es imprescindible que los profesionales de la educación tengamos en cuenta la necesidad de la motivación. Esta perspectiva tiene claras limitaciones en lo que concierne al problema de las “ganas de asistir a clase”. Hay un “conjunto de factores internos y externos” que van a producir la motivación o el desgano, la atención o la ausencia y el aburrimiento…

Hay ciertos conceptos que para los alumnos pueden sonar tediosos como: “Sistema educativo”, “pedagogía”, “educación”. Todas estas palabras se originan en la necesidad de “ordenar”, “homogeneizar” a una población obediente a un orden social y político. El desarrollo de la escuela como agente de poder  data desde el inicio de la modernidad, en el siglo XVI. Este proceso se acelera en el siglo XVIII y XIX, donde el campo pedagógico empieza a ejercer “gubernamentabilidad” sobre la sociedad. Este sistema estaba centrado en el profesor, no en el alumno, por lo tanto no buscaba su interés ni motivación.

El paso del siglo XIX al XX dio a la escuela el espacio pedagógico por excelencia. Fue la forma educativa hegemónica en todo el globo (Pineau y Dussel, 2001).  Subsiste aún bajo un método enciclopedista, dividido por diferentes ciencias. Se basa en un método simultáneo y gradual. Cada grupo sigue un programa en cada asignatura, por lo tanto, semana a semana debemos ir “avanzando” para cumplir con todos los temas. Como profesora de Historia, soy testigo y parte de esa obligación de “cubrir” ese recorte cronológico que toca según el curso. Tanta rigidez desde ya no ha contribuido a la motivación de los alumnos. Lejos de ello, ha necesitado de mecanismos de disciplina. Las paredes de los edificios que albergan a la comunidad educativa, herederos de los monasterios; rígidas reglas de conducta, hasta castigos, que luego fueron prohibidos, pero que han formado cuerpos y mentes sumisos a la autoridad. “Me cansa estar tantas horas encerrada” reclamaba una alumna en esa clase.

Aquí la propuesta consiste en:

  • En primer lugar en ampliar nuestra mirada sobre el sistema educativo y sobre nuestro trabajo docente. El saberse parte de un sistema activo, debe movilizarnos a estar informados y atentos a la formación constante, a las nuevas pedagogías, a las experiencias de innovación y a comunicarnos con otros…

Una maestra sostenía: “en la diversidad está el gusto”.

  • Diferentes estrategias de enseñanza ayudan a disfrutar de la tarea diaria. No me refiero sólo a algunas que están tan en boga como el aprendizaje por proyectos o problemas, sino también a la incorporación al aula de varios aprendizajes que suceden fuera de la escuela. Instagram, You tube, Tik-tok, el uso de podcasts, es decir redes que hoy son máquinas de producir conocimiento, tal vez no cronológico ni ordenado, pero sí rápido, eficaz y adictivo. Recuerdo una clase de Historia sobre la conquista de América, donde les pasé a mis alumnos un trap mix tipo reggaeton, “Te coloniso”. No se la olvidan nunca. El aprendizaje tomó un lugar distinto, se metió por las manos, por el corazón y por la cabeza de la gente, ya no de “alumnos” solamente. “There is a lot of learning outside schools” (hay mucho aprendizaje fuera de las escuelas), dicen City, Elmore y Lynch. Con lo cual, entendemos que la escuela pasa a ser un espacio, entre muchos otros, donde se aprende verdaderamente.

  • Por último, la evaluación de ciertas competencias ayudan a crear expectativas en los alumnos sobre sus feedbacks o devoluciones. Los alumnos sienten que pueden mejorar y esperan la reacción de sus compañeros y de sus maestros frente a sus producciones. Podemos elegir algún o algunos criterios de evaluación basados en la colaboración en los trabajos grupales o en la comunicación en sus trabajos escritos y orales; el pensamiento crítico en escritura de ensayos con diferentes argumentos o en debates orales…, la ciudadanía que podemos poner en práctica en proyectos conectados con la realidad, el carácter si los estudiantes demuestran su capacidad de resiliencia. Finalmente, la creatividad es la salvación de los niños en tiempos de pandemia, a través del arte, la música, los juegos y el animarse a arriesgar y llegar al límite de la innovación.

Al salir, mis alumnos me dijeron: “¡Gracias, muy buena clase!”. Ésa es mi mayor motivación.

Artículo escrito por:
Mercedes Vergara

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